29.11.14

Vapuleado de un lado a otro, con tu vieja maleta y
confiado por tu padre al policía del tren
recorriste la España desolada de olor a carbonilla
y berza con costras de cura viejo, mezcladas
con sangre inocente en la sotana negra
hacia un internado que nunca acabaría. Allá te ibas.
A formular el mundo para no entenderlo
en su más baja alegoría o sádica forma.
¿Qué hiciste? ¿Y qué haces aquí ahora? ¿Por qué te
esfuerzas en remontar la escala para caer
de nuevo? ¿Para qué remontas el río, el cerro?
¿Para comprobar que el sol midió tan solo
la extensión de un dedo humano? ¿Qué
llevas en tu maleta sino una muda limpia colocada
por tu madre para un solo viaje dedicado
a enterarte de que todo cuanto tocaste
se preñaba de tu muerte? Cuando os hallaron juntos
en la playa, la valija permanecía inaccesible
al aliento que retuvo: azar y necesidad sumaban
ahora los contrarios en la sangre confiscada.
Dionisio y Apolo ya unidos por siempre en tu locura.


Miguel Veyrat, Pasaje de la noche (Ed. Barataria, 2014)

Imagen: Edward Munch, Atardecer en el paseo Karl Johann

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